Miercoles 31 de diciembre de 2008

Quedate ahí en esta tarde desamparada, la lluvia tropieza con el cemento y yo con la idea tuya: te tomas el tiempo en pensar lo que ya está pensado, en tratar de olvidar y en sustentar un beso que no debe pedirse, y aún así, te tomas el tiempo conmigo. No es necesario. Abrimos un abismo en el subsuelo mientras nos miramos y no podemos tocarnos, somos perfectamente distintos y tristemente incompatibles. No me mires ya que no te miro. Mira para atrás sin verguenza que nos equivocamos, se siente bien al saber que el error es compartido. Vamos a tomarnos un café, a mirar la luna, pero no miremos el tiempo que solo sabe contar. Los cuadros de tu cabeza intentaron comprender la mía desordenada y caótica, no lo intentemos. Tal vez unas páginas de un libro que tu terminarías por respeto y yo abandonaría por aburrición, tal vez un licor que no me interesa, un cigarro que te moleste, un instrumento del que yo no sepa nada. Tal vez una película de Bergman, una discusión de Ortega, una crítica al nuevo cine o un documental en el que te duermas. Tal vez una obra de teatro, un salpicón que riego, un plato que comes ordenadamente, las ganas de agarrarme la mano y yo, yo las ganas de quedarme libre. No me pasa nada si preguntas, no es una cuestión de remplazar, de repetir o de irme. Así como no tengo miedos de tomarte la mano tampoco tengo ganas de afrontar un libido desenfrenado sin realidades por dar. Discutamos de nosotros otro día cuando estes preparado, de las cervezas, los escenarios, los amigos, la rutina y la música, si es del caso. Que sea luego, cuando seamos más incompatibles, más distintos y con probabilidades nulas de estar juntos... osea ahora. Esto es todo lo que quedaba en mi boca los días en los que me has callado, pero el silencio es importante cuando se agota lo que hay para dar, o simplemente cuando se destina a otras plazas. Y sí, te hice perder el tiempo.

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