Mamá de mamás.


Fue Anita la primera que supo que venía tanto amor en un solo cuerpo que se llevaría el suyo también. Y en ti se hizo un doble amor que solo podía resultar de la dulzura de dos mujeres. Naciste, para sublimar la humanidad, para enseñarle que sin madre se puede ser madre.

El café que en tu infancia viste secar al sol te enseña de calma. El agua pura montaña abajo que logra ordenar las piedras te empieza a contar a qué ibas a venir, a ser la entereza  cristalina que abre camino. Los juegos entre la caña y la madera te descubren prudente, sensata, precisa, la alegre emoción de compartir se asoma en tu alma para quedarse para siempre y te rehusas a abandonar la ingenuidad que te permite ver todavía la bondad del mundo. Aprendes pronto a amar con intransigencia la naturaleza y a escapar a ella como un camino de vuelta a la infancia, nos entregas esa verdad como un terco tesoro que se resiste a dejar de pensar que donde está el aire puro pareciera habitar Dios.

Y una sociedad te viste de prudencia y de modales, y decides responder a ella con la palabra justa, la sonrisa dulce y la genuina empatía. Una respuesta que evidencia tu sutil inteligencia y que luego pondría armonía a todas las cosas. Ese es el secreto de tu fuerza, la certeza de saber que solo el amor lo alcanza, que no hay batallas que lo excedan, estrategias que lo superen o tristezas que no puedas administrar, que un abrazo, una oración, o simplemente sentarte silente al lado, trae de vuelta el equilibrio. Tu amor es tan humilde que no quiere ser llamado inteligencia, tan sutil que desarma las más absurda rebeldía, tan virtuoso que no busca más reconocimiento que el sentirse recibido. No se aprende costura sino paciencia, no se aprende a cocinar sino a saber cómo hacer sentir a todos el favorito, no se aprende a abrazar fuerte sino a ser fuerte, donde solo basta con sostenerse para volver a respirar. A lo qué el abuelo se refiere cuando habla de tu señorío, no es a la mujer que caminaba con orgullo erguido y cintura apretada por las calles de Junín, sino a quien no lo contradice pero le enseña otro camino, a la ecuanimidad inigualable, a las emociones sostenidas, al orden que te abraza y a la diplomacia de saberlo siempre decir, porque nunca se te ha hecho necesario, sino estridente, cualquier forma de castigo. Por eso enseñas a la hostilidad, escucha, tranquilidad y sabiduría, por eso compensaste la educación, por eso te diste entera, centrada en tu sitio, para sentirte dentro nuestro también así. Por eso cuando se trató de estómago le pusiste corazón y cuando se trató de otra cosa le pusiste cabeza. No es que vengas de un lugar conservador, es que tu gusta conservar lo sagrado. Tampoco valoras tener la razón, pero razonar es tu mayor valor. Siempre suspendida en la calma, en la fortaleza y la sabiduría. Con la mente amoblada para que no existan caos, con la cordura que te salva y una dulzura que duerme en tus ojos, desbordados de amor.

Del cabalgar libre y sin hacer caso a los prejuicios entendiste el poder de dejar ser. Y tu mente jamás tendrá rechazos a nuestras búsquedas, la tolerancia aprende de ti, Patrocinas las calmas, las bondades y las modestias, palpitas en el centro porque ahí estás, el centro del centro de lo que somos, empieza en tu espíritu, no desapareces si no estás ni dejas de dar con habernos tenido, porque cada cosa que somos te contiene, tus hermosos ojos melancólicos son el reflejo de nuestras almas, solo queremos que te sigas perpetuando en las enseñanzas que nos traes con los días. Así no celebramos tu cumpleaños este día, sino que celebramos tu existencia con la nuestra.

Te amamos, con la fuerza que se ama lo sagrado.

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