COMÚN Y CORRIENTE.

Temo por lo ordinario. Crecí huyendo de eso. Me valía la extraordinariedad, la poética y la narrativa candente, apasionante, problemática. La definición del conflicto empezaba a ser cada nuevo día la posibilidad de una historia que contar, me inmortalizaba con el principio que se hacen perpetuos los artistas y dejaba una huella incómoda, intransigente, impetuosa, donde llegaba. Me gustaba el personaje que fui alguna vez, recreado y patético, inventado y exigente de las realidades de los demás, como si hubiera alcanzado alguna moral cansada de promulgarse, el mismo fin con nuevos discursos, amañados y amasados según mi conveniencia. Herir antes de que me hieran, huir antes de que huyan, ser mente abierta antes de que me abran la mente a la fuerza. Tengo que reconocerlo, una idea bastante original, en principio, una huida que no está del todo mal a los ojos de una creativa que bastante ha detestado el cliché porque refuerza la mediocridad. Temo por lo ordinario. El drama se volvía mi escudo, la aventura irresponsable mi arma, escribir el fin, el resultado la audoadmiración, el problema el vicio. Mucho tiempo permaneció el vacío, vestido de arandelas y accesorios de intelectualidad, de vanguardia y modernismo. Mucho tiempo permaneció esa identidad, transgresora y adictiva, tan auténtica que parecía inspirar a otros a montarse a un discurso sin sentido, que logrado en feminismo apelaba a un machismo absolutista, alcahueta y violento. Temo por lo ordinario. Hoy me veo distante de mi misma, o por lo menos de la identidad que algún día construí para mi. De esa imagen seductora, juguetona y perfecta, que se escondía detrás del atrevimiento y el ímpetu, con la sensualidad destinada a manipularse, viviendo de las morales como si fueran objetos, transgrediendo la realidad como si se me permitiera cuestionarla al menos. Intentando olvidar lo doloroso de mi propia historia a través de la aceptación del error, del adelanto del error, de prever el miedo. Ahora estoy a disgusto conmigo misma, agotada de intentarlo, resignada y patética, nombrando la confianza como si fuera una bandera, buscando lealtad como si fuera la piedra filosofal. Me veo doliendo algo que antes no me dolía, como si me hubiera encontrado conmigo misma, diciéndome mentiras para impresionar, vistiéndome de miedo para parecer valiente. Temo por lo que fui, la mujer que tuve que matar, y temo por lo que seré, lo que me queda, una respiración constante, un parpadeo, una piel que envejece, un rostro inseguro, unos amigos que esperan lo que no puedo darles, una mentira social, una innovación injustificada, un amor que no sé de qué se enamoró, un recuerdo, una posibilidad, una idea, un pasado. Una nueva yo. ¿Quién sigue?

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