Lo que no te digo.

Los ingenuos te ven la seducción y la generosidad pero solo los que te saben, la manipulación. Creciste sin el otro, sin la empatía o la compasión, con la ley que te conviene, la obsesión desmesurada, la búsqueda de conflicto social y el egoísmo, disfrazado de orgullos y complejos sin causa y resentimiento. Tu pulsión es la tiranía y la culpabilidad enmascarada detrás de una supuesta argumentación. Te fastidia conocer genuinamente a cualquiera, porque en lugar de amar sus conflictos decides destruirlo, criticarlo, destrozarlo, desmentirlo, desnudarlo, desarmarlo, para sentir que nadie te merece, para autodenominarte solo, para no lograr trascender la persona que has inventado de ti mismo y en la que decidiste enquistarse, por obsoleta diversión. Te seducen los exteriores cómo seducen las formas sin fondo a los ordinarios y por eso te sirven las primeras impresiones, no te escapas de los juegos coquetos y la idealización de mujeres nobles e inútiles, que terminan por dominarte, tan fácil como finges detestarlas. Te jactas de intelectualidades, de estudios excesivos para aprender con rigor a llevar la contraria, así no tenga sentido, para desmentir mis saberes y dejarme sin los pocos créditos que algún día me otorgaste, cuando era otra de esas que alimentaban tu pulsión de cacería. Malinterpretas cada frase a la conveniencia de tus complejos sociales heredados que a pesar de tus lecturas no has querido cuestionar y sólo entiendes el amor a través de la estrategia psíquica y la violencia. Y puedo ver cómo se extingue todo el tiempo esa imagen de excelencia cuando no tienes las agallas de comunicarte, cuando corres como un atleta y te escondes como los niños, esperando que pase la rabia que los domina, el estómago que los enferma, la cabeza que los altera. Y me acostumbro a verte salir, a tus amenazas, a tus rupturas permanentes, a tus silencios. Me divierte más tu indiferencia que tu amor, porque he aprendido a reírme de los absurdos más que de las fantasías. Tu intimidad es la tuya, siempre a tus ritmos, a tus distancias, a tus ocasionales y condicionales cercanías. Aprendiste a detestarme mesuradamente, a alejarte por fastidiado, a dramatizarlo todo para tener una excusa que jamás olvidarías, aprendiste a solo ver mis errores que puedes describir con más detalle que este texto, a ridiculizarme como nadie, a ver en mí lo que más detestabas de ti mismo. Le obsequias a todos regalos de todo tipo porque te encanta impresionar, ganarte el amor de aquellos que nunca te conocerán verdaderamente, que no estarán para ti sin condiciones y que siempre podrán idealizarte. Y de mi solo puedes ver utilitarismo, practicidad excesiva, entusiasmo sin mérito, hedonismo y glotonería. Nadie nunca me ha hecho tan débil y al mismo tiempo tan fuerte, tan frágil y tan imponente. No puedo hablar de que el amor es un estadio de tranquilidad ni de plenitud, sino una montaña rusa que me excede. Locuras mías analizarte. Para entenderte, para tener una razón de estudiarte, también de detestarte, de destruirte, de vengarme, a ver si te encuentro mas enfermo que yo, por amar cada una de esas cosas que también son insoportables. 

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