Hace 4


Veintisiete años, siete meses y nueve días, dos vicios menos de los que se notan y un vicio más de los que no se ve, como para medirme de la manera más responsable. Todo porque habría entonces que encontrarse, sin dar tantas vueltas, con la dama. Así la he llamado. Inmaculada e intocable, idealista y sublime. Venía gestándose desde los poemas que seguían a Pizarnik a los catorce años, hace poco relució en La Mujer Justa y siempre estuvo en los fragmentos de la Mujer que corre con los lobos. Pero no la escuché. No precisamente porque no hablara fuerte, sino porque yo estaba hablando demás, hacia un estruendo de miedo, ocupada en la reconstrucción de conceptos, en la desmitificación de géneros y al final en la degradación de libertades. Cínica e inconsciente de mi propia limitación, que al final es la virtud de mi grata experiencia: la hermosa verdad de ser mujer, padecida, histérica, posesiva, celosa, insegura, hormonal, sabiendo que no existe mejor estrategia que reírse de ella con la seguridad de que es preciosa así y que no tengo porque cambiarla. Que es más vanguardista mirarme como soy y reírme de eso que dedicarme todas las noches a diseñar alguien que no creció con mis imaginarios. Que es más confiable revisarme a la luz de lo verdadero que ingresar a un discurso impertinente. Que es más libre tener menos vestiduras, menos máscaras y también menos personas equivocadas, que un montón de admiradores de teorías que no se habían comprobado. Hoy me reviso, no tengo nada que inventarme, soy la dama y no me impide la aventurera, soy la virtuosa y no discute con mi traviesa, soy la romántica y no me desmitifica la fortaleza. Viajar conmigo es viajar con muchas,

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