Temperanza



Y entonces me di cuenta de una verdad absoluta. Los hombres distraídos de su propósito no me interesan. El placer mundano resulta tan comercial que no me cautiva tanto como lo hace lo sublime. Muchos podían tener dinero con un poco de dedicación, sexo con un poco de seguridad y vicios con un poco de deshinibición. Pero pocos podían regular sus propios impulsos primarios. Supe inmediatamente que el amor libre no consistía en tener libertad de hacer esto, sino precisamente de poder controlar estos deseos que además de cliches, los distanciaban de su misión generativa. Y entonces me volví exquisita. Es fácil reconocer a un hombre que todavía no ha conciliado su hombría como a una mujer que no ha despertado a la verdadera liberación. El primero muerde los anzuelos, desvía sus miradas, tiene conversaciones de su capacidad de adquisición, alimenta el feudalismo en sus relaciones y tan rápido como las consigue las pierde. La segunda se maquilla demasiado por dentro y por fuera, revela su misterio y todavía no sabe que no necesita protección de nada ni nadie porque ella misma es un bosque salvaje imposible de esconder o proteger. Ahora se que lo virtuoso del hombre es como se atempera, y lo virtuoso de una mujer es como se conserva. Solo así pueden encontrarse en sus quehaceres, absolutamente completos y en sus medidas correctas, sin los excesos que nos proponen ni los defectos que nos imponemos, partiendo de la realidad superior que somos y por fin significando el arrogante adjetivo que nos dimos a destiempo, cuando todavía éramos animales, queriendo ser o parecer humanidad. 

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