Me dijiste que pidiera un deseo.



No te demoras para acercarte y por alguna razón prefieres no cerrar los ojos, para no perderte de nada. Tus labios nunca tímidos invaden lo que alcanza y me aprietas para sentir lo que me prohibes tocar, por ahora.  Vas por esa lujuria fascinante que siempre quiere llegar más lejos, que siempre cuestiona con su deseo el camino decente, y que demuestra la intensa fuerza de hacerme por unos minutos conciliados, tu propiedad, que le parece eterno el tiempo de las prendas, y arrebata lo pasivo, sin control. Proponemos como siempre, hasta llevarnos a lo que parecía el límite, que pronto seduce. Te amarras del pecho, del pelo, de las largas piernas, que no te asustan -valiente que has sido - y me traes a ti para mirarme, y con los ojos avisarme, que vas a volver a entrar. Y entiendo que la intimidad es mejor cuando puedes susurrarme al oído lo que ya sabes que es el camino corto a la mejor parte. Y el amor, sujetado, desbordante, no cordial, egoísta y también generoso, conocedor de todos los mundos, profundo y cálido, reta la torpe novedad. Y entras sin permiso, pero es todavía mejor que prefieras verlo, como si el tiempo se te hiciera lento y no hubiera límite o profundidad, cómo si quisieras también con eso, hacer arte. Y no puedes quedarte en el fondo, sino volver a él una y otra vez, y no puedo dejarte ir, pero tampoco puedes estar, del todo, y nos damos cuenta que el erotismo y la guerra son lo mismo. Y antes de llevarte al borde de la cama y de la cordura, te miro, ahora desde arriba me pides en silencio lo que nunca has tenido que pedirme y me dejas jugar. Y cómo si perdieras la fuerza observas con vanidad, y aunque crees dominarme pronto soy yo quien te tengo, y se contrae la energía avisándome que es tiempo de volver a ti, para no perderme de nada, y en lugar de ir solo, vamos juntos, no sabemos a donde pero vamos pronto, a ese lugar donde nos extinguimos, donde la muerte y la vida son una, donde los mares explotan en el cuerpo, donde los sonidos son escasos pero infinitos, la piel no es la barrera y el estallido el límite. O no. O solo nos detenemos, un poco antes del fin, para respirarnos, para tener la fuerza, de sin haber llegado volver a empezar. Voy a recorrerte sin agotarte, porque celebramos más tu vida que tu pequeña muerte, pero vamos a buscarla, todo el tiempo.

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