La teoría del deseo.


Empieza porque te habita la ansiedad de pronto y con ella el encuentro con la tragedia de sentirse en falta. Esa miseria de mirarse incompleto que solo puede padecer una humanidad simbólica como la nuestra. Esa realidad de enmarcar un viejo instinto de conservación dentro de una justificación que en principio, no puede verse con claridad a sí misma y aprende a mentirse. Pero eso aún, no es lo más revisable. Después incluso de desconocer la pulsión original, de ignorar su esencia sistemáticamente como las otras, se aprende por cultura a obedecer al deseo en sus dos expresiones más despreciables: la consumación o la represión. Nos arrojamos a él, a cualquiera de ellos, cómo si fuese una verdad qué hay que revelar, nos molesta tanto sentirlo que queremos convertirlo inmediatamente en otra cosa, en lo que quiero hacer o en lo que no puedo hacer,  no lo contemplamos ni lo vivimos como lo que es porque ese ejercicio evidenciaría la carencia y encontraría inútiles las siguientes búsquedas, se responsabilizaría tanto de él que lo deseado dejaría de tener importancia, y el deseante encontraría el origen de su interés en sí mismo, en lo que es, porque al pensar su falta puede conseguirla por sí mismo y haberla contenido ya en su realidad. Se me hace un ejercicio maduro y valiente preguntarse por el deseo sin tener que hacer nada con él, porque al final cualquier cosa que se haga no traerá tampoco la satisfacción idealizada, sino por el contrario el vacío, la deuda, el desconsuelo, el comienzo de otro deseo, la repetición de la falta redireccionada y la verdad de saber que es más interesante siempre la previa de la fantasía. La utilidad del deseo no es el deseo en sí, sino el descubrir su origen, ahí empieza a dibujarse con sutileza los límites con la animalidad, se revela nuestra maldad pero también ingenuidad, se hace más poderoso el corazón del humano que el hambre del reptiliano y por primera vez, como si fuese una verdad no buscada, como si la tranquilidad consistiera en eso, empiezas a reconocer cuando esa prehistoria comienza a habitarte y un viso de humanidad se asoma por tu ventana...

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