Evitar.



Evadir. Compartimos esa sustancia. Cómo cuando te vas sin responder o te quedas solo preguntando, tal vez cuestionando con racionalidad excesiva la pulsión que me compete. Mi infantilismo desbordante, impulsivo y problemático, mi intensidad encausada y el acto repitente. Mentirnos. Cómo cuando analizas el mundo sin pensarte o como cuando hablo del futuro con decepción, ocultando la búsqueda inconsciente de querer hacerlo como dolía menos. Perder el tiempo. Cómo pierden los minutos los viejos cansados o como cuando los niños imaginan. Perder el tiempo ganando vida. A eso se parece. A a la absurda emoción que me hace escribir esto, tan químicamente insatisfecha que no puede cansarse, tan vergonzosamente histérica que no puede ocultarse, tan fascinada por encontrar lo importante, por no tratarse de estómagos o mariposas, por exaltar el poder de la palabra, por ver adentro y después la carcasa, que no quiere rendirse. Empiezo a entender que así se hace cuando las cosas no van a ninguna parte o cuando la vanidad te estanca en el maravilloso mundo de los halagos. Irse. Volviendo a incorporar que existen maneras distintas de ser irresponsable y que la más injusta y subestimada seguirá siendo la que es a través de las palabras. Irse. Como quien sabe que ha perdido una batalla, con el “hubiera” entre las manos, con la sonrisa falsa de haberlo intentado y con los miedos en la misma bolsa. Irse. Con la locura de intuir o soñar, esa que se pierde con los años, para volver a poner en ese rincón de la biblioteca. Irse. Con las gracias vanidosas de saber qué tal vez te diste cuenta quien quería ser, con la honestidad de haber sido y con la certeza de que me conociste. Irse. Ahora si. 

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