El día que te maté

Ese día me abrazaste diferente. Me apretaste los senos como si fueran tuyos y te aferraste a mí como queriendo salvarte de algún tipo de muerte. No te vi llegar a todos los días y menos a todas las noches, llegaste con ese misterio que a veces padeces cuando intentas querer como lo hacen los que aprendimos a hacerlo, con esas ganas de incluirte al código, con el ímpetu de darme la tranquilidad que me has quitado, algunas veces. Y me miraste todo el tiempo, mientras se iba la ropa, me tocaste por primera vez como un instrumento, era casi inmaculado, casi se iban tus asuntos del pasado y todo lucía como alguna primera vez, simbólica por supuesto, donde todas las cosas se descubren entre sí y se sorprenden para cambiarse para siempre. Y te moviste como queriendo quedarte ahí, mirándome como queriendo algo mío, apretando todo el cuerpo como si no quisieras que me fuera nunca. Entonces te mire, te detuve cualquier intento de seguir, te hice mirarme, mientras sentías que podías entrar y salir, minuciosamente. Y nos quedamos ahí suspendidos en una sensación prolongada hasta que realmente moriste y yo morí contigo.  

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