Los senos por la tangente

A las valientes sobrevivientes que sacaron sus senos por la tangente de la presión de las novelas, de los nuevos regalos de quinceañeras, de las terapias de bisturí para “recuperar la autoestima” o “restaurarse”, de los corsés modernos o brasieres abultados, de las miradas desconcentradas de los tipos que padecen de ‘miradera’ excesiva, del no poderse acostar boca abajo sin dolor. A esas, dignas y ligeras, que les sirven más los top que los brasieres, las camisillas sin sostén que los escotes y el orgullo de seducir con lo que está por encima del cuello, a las olvidadas en el cine y el mundo de la fama, a las “planchitas”, les dedico este texto. La Simone de Beauvoir del 2180, que se encargará de relatar la historia de la feminidad -que ojalá ya ni siquiera padezca ese nombre- nos llamará vanguardistas a las chicas que a principio de siglo XXI no quisimos operarnos. Cuando para entonces la androginia ya se posicione en el mundo como la conciliación de los extremos y la máxima expresión de humildad del homo -que no es tan sapiens-, aquellas actuales que tienen las mamas gigantes llenas de silicona aparecerán en los libros de biología como los últimos mamíferos sobre la faz de la tierra que todavía pretendían seducir con voluptuosidades, para entrever su capacidad sexual y por lo tanto los dotes de nutrición de sus crías. No se enoje si usted es una de ellas, no es culpable de que sea el estereotipo de belleza de los últimos treinta años que casualmente desaparece en las épocas de emancipación femenina, como la posguerra donde no quedaban hombres y los años sesenta con la aparición de la píldora y la liberación sexual. Es claro que mientras menos hemos utilizado nuestras verdaderas capacidades como mujeres, más ha crecido la talla. Y tampoco se moleste usted si es uno de esos hombres que todavía piensa que es una buena estrategia de seducción, si las financia o si las defiende por encima de la naturalidad, porque tal vez sea difícil que comprenda que lo profundo del texto es lograr movernos hacia un discurso más humanista y que abandonemos el animal que sufre esa pulsión mamaria inconsciente, que es el mismo automático que cree que está bien alimentarnos de plástico, llenarnos los senos de plástico, disfrazar el mundo de plástico y hasta hablar con un discurso plástico. La feminidad como la conocemos hoy está tan enferma como cuando apareció en el mundo esa palabra, intentando calificar científicamente una carencia de cromosomas masculinos, por eso cuando se me invitó a escribir de las tetas quise escribir de las que no tienen, que andan pareciendo sumisas por la vida, pero realmente ligeras, que no les duele la espalda, no les desvían la mirada, no desconfían de los sentimientos de alguien y sobre todas las cosas, siguen seguras. Porque hoy las tetas grandes son al cuerpo individual de la mujer como lo es el petróleo a la política del mundo: una decisión a corto plazo, asociada a la explotación de los recursos más valiosos y que cambia la psique y la estructura de los individuos y de los negocios hacia una visión trivial, líquida, competitiva y destructiva, demasiado propia de la naturaleza del siglo anterior. Por eso es heroica la posición de querer los limoncitos o al menos las naturales, porque de manera intuitiva se prefiere la no agresión al cuerpo como viene, posición que, venciendo esos tontos sentimientos de inconformidad, logrará llevarnos a una importante transformación, como la disciplina del ejercicio físico o la reflexión para la programación de la evolución mental. Cambios mucho más acordes a nuestra condición de “humanos”. Un millón ochocientas mil cirugías promedio al año en el mundo son de tetas, lo que equivale a la población de las ciudades más grandes del planeta. Un incremento del 300% de las veces que alguien pone “teta” en Google (y eso que no se contempla aquí: senos, teclas, breast, boobies, etc). Veinte cirugías plásticas promedio por clínica solo en la ciudad de Medellín (si, yo sé, es Medellín). Y el irresponsable indicador de que todas tenemos al menos 5 amigas que han pasado por quirófano de manera ceremoniosa y otras 5 que quisieran hacerlo también. Por esto creo en los cuerpos naturales sin estrategia, en las mujeres livianas, en las que conservan sus cicatrices porque hacen parte de su historia, en las que no reducen la vanidad en ocultar sus canas y sus arrugas, sino que la expanden a aplausos profesionales y personales. Creo en esas a las que no les interesa la mirada sexual, esas que no dejan de ser mujeres solo porque no tienen demasiado volumen en sus pechos. Pero, sobre todo, creo en esas mujeres que mientras leyeron estas letras sintieron que ha valido la pena huir de esos momentos silenciosos con el espejo y que es tiempo de mirar con compasión los vacíos emocionales del mundo plástico. Porque es más libre el mundo si nos inspiramos más en Fridas que en Marilyns, en Perones, Piaf e Indiras o en todas las que sacaron los senos grandes por la tangente. EDITADO POR LOLAS MAGAZINE.

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