DOS O MÁS: Una historia de atrapados.

Atrapados. Abrazo pa ustedes. JE y PP

Corazónbotacampana y su novia no están, se escaparon de la cuenta del bar. Tranquilos, dice Miamorgati, la mesera, están en el baño. Y Miamorgati y Corazónbotacampana se vieron, un intento netamente de uñas. No uñas de ella, de él. Pintaditas, como manifestando una feminidad propia de una testosterona con cataclismos de andrógeno. Y tal vez una cerveza, un Martini o una mirada cualquiera los cruzó la primera vez. Pero no se dieron cuenta.
De historias de Corazónbotacampana y su exnovia ya se ha hablado, y están en lindas manos. La de Miamorgati es otra, mediocremente es ésta. Lo empezó a conocer. Miamorgati dice que por los ojos. Sabía que había un caníbal excéntrico detrás de él. Corazónbotacampana pensaba que su mirada, ante ella, se descobijaba un poco más de lo que un tipo con su corte podía permitirlo. “Acechante”, además de mal parado. Todavía no se descubrían los gatos, pero ahí estaban. Si el asunto había empezado con uñas, algo de felino venía atrás.
Corazónbotacampana y sus amigos. En eso consistían los encuentros. Nueva York venía en su cabeza todo el tiempo, luego Bogotá, luego Berlín, Berlín el bar. Un martes cualquiera, dos días antes de su cumpleaños, le lanzó la pregunta a Miamorgati: ¿Cuál sería tu frase célebre de la vida? Y ahí se le metió a ella a la cabeza, la pregunta y él.
Y el diablo patrocinó esta historia. Seguramente por pecado divino del licor las primeras conversaciones no tienen cabida en la memoria de una noche que viene con el nombre de su cumpleaños. El primer beso fue helado. Empezó por culpa de la búsqueda de un hielo, un puto hielo, como un par de niños que lo intercambian como víboras. Pero no, un piquito. Raro, en ambos, un puto-dobleputo-tripleputo piquito robado.
No era un regalo de cumpleaños precisamente. Ron y otros licores levantaron la falda, tal vez rompieron las medias, las manos en una baranda, el equilibrio se retó con el sexo. El cielo de la ciudad los miraba y se masturbaba. Y durmieron en sesenta centímetros, una camita de esas que hace que uno se calcine, de amor y calor.
De calor se trata, todo parte de ahí. El calor del día, el calor de las medias rotas, de las pecas mordidas, del zapato negro, del zapato blanco, del calor con su “pompa divina”, del calor de las verduras de un wok, del calor de la hermana, del calor de sus palabras. Y se olvidaron las uñas de Corazónbotacampana, seguramente se ocultaban en alguna parte del cuerpo de ella.
El fútbol. “Hey bonita”. “Tus ojos son amarillos”. Un pico que se vinagra, un abrazo dividido por una reja. Siete vidas de gato, los ojos polifacéticos, siete miradas. El sexo, el inmortal, dulce, desinhibido, rockandrollero y terco sexo.
Y no se tenían a veces, y se despertaban mirándose por una pantalla que no agarraba las lagañas de esa mañana. Pero si las hubieran también las habrían besado, digerido. Son un par de inolvidables que se condenaron a no quererse a escondidas.
Los días, las noches, las horas, el sexo, los días las noches las horas el sexo, losdíaslasnocheslashoraselsexo. Lo intenso, lo vivo, lo real. “Es qué me enamoré de vos”. Después se disfrazaron de gatos y se les metió el eufemismo al espíritu. De arrunche en arrunche acabaron por asegurar que el límite humano no termina en el cuerpo. Lo días, las noches….
Fueron quinceañeros, a veces; distantes, también a veces; cercanos, muchas; uno, todas. El ginebra y las despedidas, los besos hormiga y los besos líquidos, las despedidas, las nuevas despedidas, los adioses, y los adioses haciendo el amor, otra vez las despedidas.
Y los nuevos planes, y las nuevas vidas, y las rutinas nocturnas que se vuelven diurnas, y parecen otros, pero son los mismos. Y salen lágrimas de pronto, y el se va para Nueva York, y ella le dice: te amo hasta nueva York… nono, te amo hasta la luna. 


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