UNOS ODIAN EL TIEMPO Y OTROS EL ESPACIO

Ella tiene un poco la sonrisa tonta, una mezcla entre desesperanza y picardía. Sabe que los días llegan con fosforescencia y le encanta sentir el sol pegarle a sus pecas. Es libre como lo prometió cuando era niña, libre para pensar, libre para escribir, libre para pintar, libre para equivocarse, libre para soñar que algún día dejará a los suyos para hacer parte de su propio mundo. Cuando mira lo hace con sinceridad, cuando habla lo hace con música, cuando escucha lo hace con interés, cuando ríe lo hace con malicia. Piensa que los columpios son el mejor avión, que los ojos son delatadores, que los prejuicios son tan tontos como los arrepentimientos, que debería irse a otra ciudad antes de que termine el año, que se ha enamorado de la vida muchas veces pero una vez esa vida se materializó en un hombre a quien ya no recuerda y que por esto se está acostumbrando a decir adiós, que mantiene la esperanza de que en algún lugar del mundo exista otro, pero esta vez que sea como ella. El tiene la libertad corriendo por las venas y algunas imposibilidades que le debilitan la decisión de volar más de lo que quisiera. Las ganas de crecer con la velocidad que sube el viento a cualquier nube y de descubrir mundos que todavía su mirada no ha visto. Tiene los ojos sinceros y una boca de humo, un pasado que quiere dejar pasar y la esperanza de encontrarse en un sentimiento tan real como autentico. Cansado de los clichés y las rutinas. Cuando canta lo hace con su filosofía, cuando baila lo hace con su pasión, cuando piensa lo hace con la soledad que tanto le gusta, cuando vive lo hace como si fuera el último minuto. Se conocieron en una ciudad más feliz que Nueva York y menos que Puerto Rico, en realidad se conocieron en una ciudad cualquiera. Se miraron para no saludarse sino sonreirse, se sonrieron para no hablarse sino admirar algo particular del otro, se escucharon para sentirse compatibles. Algo muy dentro de cada uno les dijo que era posible confiar en que en algún lugar del mundo existe otro como uno mismo, y cuando se comparten las ganas de mirarse hasta que se acabe el día ese parecido inicial se convierte en un beso que tiene sabor eterno. Se dijeron adiós porque tal vez se sintieron muy niños, porque no pertenecían al mismo espacio y porque por alguna casualidad maravillosa, habían sentido lo que nunca por nadie, en unos cuantos minutos que estuvieron juntos. Ella supo que debió ser irreal, hermosamente imaginario. Él creyó que debía ocuparse en cosas diferentes para no tener que pensar tanto en ella. Ambos están por ahí, buscando otro que se parezca no a ellos, sino al que encontraron algún día que se parecía inicialmente, a ellos mismos.

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sin peligro de asesinato

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