tasa de nataliedad....

No te puedes ir de esta ciudad, le dijo. Un bus esperaba. Eran al fin las nueve de la noche del día que había pospuesto desde que la conoció. Le dio un beso largo y uno corto, la miró cerrar los ojos por última vez con las ganas de imitar con un beso el último orgasmo que se debieron. Que tengas una feliz vida, le dijo ella. Sus ojos permanecían cerrados, haber si con esta estrategia las lágrimas se ocultaban un poco. Los de él también, con el mismo propósito. No es hora de llorar, le dijo él, y se abrazaron. Tienes que irte de esta ciudad, un viaje te espera, le había dicho antes. Él le respondió que podía quedarse un tiempo más, tal vez esperar las ferias, tal vez inventar un negocio en una cultura que no le pertenece, tal vez irse con ella, tal vez definitivamente olvidarse mutuamente. Habían acordado no enamorarse. Cuando él la vio por primera vez ella tenía en su cabeza la desgracia de algún tipo que cree que por utilizar batita puede jugar con la salud mental de las personas. Él le sonrió para que ella sonriera, ella lo observó sabiendo que no pertenecía a su pueblo. Hola. Hola. ¿Sabes donde queda cualquier cosa? Esta es la calle de las cosas cualquiera, a la esquina doblás, ahí debe estar lo que estas buscando. Ven conmigo, podría perderme. Encontraron las cosas cualquiera. Una salsa barata de fondo los sacó a bailar, ella no sonrió porque no le dio la gana, él le dijo rebelde, ella le dijo tonto. Él le dio un beso largo y uno corto. Ella se fue, él no entendió. Se vieron otro día, la casualidad de la vida los visitó cara a cara. Ella tenía la pesadilla de haber sido infiel, él tenía la pesadilla de querer repetir aventura en un viaje donde los soldados no deben repetir romance. Ella le dio un beso, uno largo y luego uno corto. No tuvieron tiempo de ser amigos, no tuvieron tiempo de comer helado, pretender conocerse, saber de sus familias, visitar a una amigo enfermo, viajar al pueblo más cercano. No tuvieron tiempo sino para los dos, para caminar de la mano y no soltarse por más peligro que se presentara en la mitad, pretender que eran el mismo cuando hablaban lenguajes distintos. No tuvieron tiempo de escribirse porque era mejor mirarse, las fotografías sobraron, las pastas tocaron de banda sonora, el cigarrillo dejó de ser el vicio principal. Tuvieron horas para infectarse el uno del otro, para intentar unir dos continentes que no tienen la mejor relación, para creer que Jesús alguna vez fue judío, para oler distinto porque se alimentan distinto, para vestirse y desvestirse cuando pudieron, donde pudieron, sin miedo a ser vistos. Te gusta con la luz prendida, a mí también. No creía ninguna de sus palabras, era imposible creerle a un viajero, era imposible creer en lo que sucedía, en la realidad del tiempo cuando estaban juntos, en la sangre que no sabía si derramarse o congelarse para siempre. Habían acordado no enamorase pero los contratos con el corazón no funcionan. No te puedes ir de esta ciudad, le dijo. Un bus esperaba. Eran al fin las nueve de la noche del día que había pospuesto desde que la conoció. Le dio un beso largo y uno corto, la miró cerrar los ojos por última vez con las ganas de imitar con un beso el último orgasmo que se debieron. Que tengas una feliz vida, le dijo ella.

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