Antes de que temrine el día

6:30 am- Desayunaría dulces cansada de inventar “facturas” con una arepa de maíz figurando en mermelada. (buscar “facturas” en terminología argentina) 7: 000 am- Le daría de comer a un gato negro andariego que manipula la ciudad desde un tejado, sin reconocer por razones de cliché soltería que ese peludo me pertenece. 10: 00 am- Serviría, por condiciones que le impongo a este cuerpo, la primera copa de vino del día y escucharía acordes más absorbentes en lugar de ocuparme con guitarras distorsionadas. 1:00 pm- No repetiría almuerzo nunca y en esos laboratorios gastronómicos que para entonces invente perfeccionaría con consejos de tono arrogante las historias caóticas de mis amigos. 3:00 pm- evitaría la siesta. 5:00 pm- Haría todo lo posible para no ver el reloj a esta hora, aunque mentalmente la consciencia de no visitar las manecillas me revelarían el secreto. Todo por no caer en la estupidez del atardecer ni recordar las ganas de un café y un cigarrillo. 7:00 pm- Pensaría en dejarme crecer más el pelo para presumir el color negro virgen e igualmente no me lo peinaría para mantener el vicio. Llegaría a casa, compondría en una guitarra española covers de rock and roll, compraría una película e intentaría por decimonovena vez hacer del yoga algo más espiritual. 10: 00 pm- Escribiría una estupidez en un blog más maduro que no se llame Anfetamina, tomaría un mate argentino o un té orgánico oriental y abriría las ventanas del estudio para ver las luces intermitentes de la noche. 11:00 pm- No pensaría en nadie, por eso nunca más me desvelaría, 11: 55 pm- Sabría que no tengo de qué quejarme, pensaría que antes lo había planificado así, que ahora todo es perfecto, que era justo lo que faltaba, que todo está bajo control, que “que bien”, de hecho volvería a escribir la segunda parte del artículo “antes de que termine el día”, así como por no dejar de envejecer soñando.

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