YO SOY VAQUERA

¿Qué sucede con los 20 años Cuando por elección te devuelves a los seis?
¿Qué son los caballos? Los caballos son personas que se equivocaron de cuerpo cuando iban a nacer y tienen dolor de espalda por caminar en cuatro patas. ¿Qué son los perros? Los perros son animales. Yo soy vaquera. Antes me preguntaban que yo que quería ser cuando fuera grande y yo respondía que vaquera o caballo, osea vaquera. Los vaqueros son hombres que se levantan muy temprano se ponen sombrero y botas y montan a caballo para contar las vacas y desde lejos se ven como atraviesan las montañas. Los vaqueros de las películas recorren desiertos y son los más valientes. Catorce años después cuando recordé eso dije “tengo que ser vaquera”. Vuelvo al lugar donde algún día lo soñé, un pueblito más desarrollado por donde pasaba el ferrocarril de Antioquia y ahora hay espantos en el túnel y un motorriel o monocarril que es la diversión de l pueblo. El señor se llama Miro, él es vaquero. Me dice que cuando yo era niña era muy guapa, yo le dije que hoy también era niña y se rió y yo me reí también y no entendí él porqué se había reído pero no importa. A las cinco de la mañana en una montaña cerca de San José del Nús, Miro, el cuñado, Chucho y yo, somos vaqueros. Tengo unas botas de cuero, un jean y un sombrero negro. Me falta un peinado al honguito y más pecas. Mi caballo está viejito pero antes cuando era joven era muy brioso y le empezaba a pegar patadas a todos los otros pero yo hacía con voz de hombre ¡JOOÓ JOOÓ! Y el se calmaba. Uno sabe lo viejo que es un caballo cuando el hueso de la barbilla se siente afilado, entonces uno calcula los años que tiene y los multiplica por 5 para entenderlo como humano. Es muy temprano y la luz empieza a salir. Miro me cuenta de mí. Todos los fines de semana me gustaba ir allá a montar con mi papá que montaba muy bien y en el caballo más brioso que se llamaba Campana. Se llamaba Campana porqué la cola la levantaba en forma de campana. Mi tío que es muy inteligente montaba en un caballo que se llamaba Marco Polo y mi hermano en una yegua que se llamaba Macarena por una canción que decía “dale a tu cuerpo alegría Macarena que tu cuerpo es pa` darle alegría y cosa buena”. Me doy cuenta que la montura con la que está ensillada el caballo es una que me trajo el niño Dios cuando tenía cinco años (sentí la necesidad de mostrar con mis manos el número 5). Yo no hice otra cosa en la infancia que montar a caballo. Hasta en Medellín las Barbies las vestía y las montaba sobre un caballito que mi mamá tenía y que parecía de oro pero ella después me dijo que no era de oro y que si fuera de oro ya lo hubiera vendido. Mi abuelita me hacía los chalecos y las boticas se me perdían. Yo hablaba ronco y eso era muy bueno porqué así el caballo pensaba que yo era brava y me hacía caso. Nunca les pegué porqué los caballos son personas que se equivocaron de cuerpo cuando iban a nacer y tienen dolor de espalda por caminar en cuatro patas. El ganado se empieza a ver. Miro me dice que “me emberraque” y yo no entiendo y después me doy cuenta que se había llegado la hora de vaqueriar. Agarro mi sombrero con la mano izquierda y con las espuelas apreto la barriga del caballo para que corra lo más rápido posible hacia donde se encuentran 35 cabezas Braman y un toro inmenso. Gritar JOOÓ JOOOÓ es necesario porque te da autoridad en el mundo del campo. Por los lados se van los otros dos vaqueros y Miro me espera con el portillo abierto para llevarlas al potrero. Las vacas con toro se vuelven bravas porqué están en calor y el toro defiende a sus mujeres. Al otro potrero sin que supiéramos hay una vaca pariendo. Cuando era pequeña no me gustaban los payasos, los muñecos, el circo, los jueguitos, los vestidos, ni las cajitas felices de Presto. Me gustaba vestirme de overol, hacer guerra de boñiga y tomar leche recién ordeñada. Miro abre la puerta y el ganado se mete al potrero nuevo en menos de veinte segundos. Uno de los vaqueros dice “ve como se acuerda”, en mi idioma significa que lo hice bien. Los caballos siempre fueron libertad. Miro me dijo que ya no me servían las botas pero como siempre fueron las de mi mamá que nunca montó me di cuenta que si me servían. Vaquereo pocas horas. No puedo más. Llego a la finca y mi papá me espera con aguapanela fría y limón. Mi infancia huele a panela, a moliendas en las que había altos morros de heno y virutas de madera y yo subía a ellos mientras se hacía la panela. Cuando se hacía, un señor que se llama Gabriel sacaba un poquito de panela y empezaba a estirarla hasta que hacía conejo. Conejo es lo que en Medellín conocen como velita. ¿Cómo te fue? Me dijo mi papá con una risa entre dientes. Miró mis botas citadinas, mi sombrero sudado, mi camisa embarrada de boñiga y manchada del sudor del cuero, mi cara enrojecida por el calor y escuchó la historia emocionante de una vaca pariendo. Son las diez de la mañana y la jornada de vaquería terminaba a las dos y media. Todos los que conocían el propósito se ríen de lo que he olvidado que antes parecía tan auténtico y una frase termina por hacerme sonreír: a los seis años montabas el doble de horas de tu edad, hoy no montas ni la tercera parte. No sueño con ser vaquera, aunque fume Marlboro no lo soy, pequeña lo fui. Y colorín colorado este cuento….

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