Fatal

La noche se estrelló tanto contra la negrura que la amenaza de lluvia no se apareció sino con algo parecido a los besos. Eran las nueve en algún lugar de la ciudad donde los árboles no tienen otoños y la marihuana se vende por sabores. Un chaleco rojo me vestía de culpa y las intermitencias de una luz pausada me atisbaban que probablemente en ese sitio azul luminoso y afectado por la mala música, sería mi próxima estadía. Una Pilsen para empezar, papi chulo, agúzate, osito dormilón, mayonesa, entre otros. Nada en particular, nada para una mujer que se aferra notablemente a las particularidades. Entró, con un vaso cargado de hielo y una botella que a contra luz no se veía bien, muy posible lo acompañaba un aguardiente mal pagado y una cajetilla de cigarrillos Marlboro. Empezó a servirse el aguardiente que terminó siendo ron por razones de vaso y no de copa, y recogiendo los hielos del final del cristal con su dedo índice en forma de anillo hasta arrojarlo a la cavidad que termina por complaciéndolo: la boca. Lo observé mientras mi soledad, aunque no estuviese sola sino mal acompañada, me advirtiera que después de todo estaba allí por alguna razón inmutable y él también estaba allí por una razón aún más inamovible que la mía. No miré más, las piernas de una mujer bailaron en la mitad del espacio que nos distanciaba, las faldas sueltas sudaron el camino que utilizaba para dirigirme hacia su imagen, las sillas caídas, los borrachos insultantes, los limones pisados en el suelo, el piso húmedo, la luz a medias, la mala música. ¿Ya dije algo de la mala música? Me paré con la seguridad que me había dejado la mala compañía, con las ganas de esa lluvia anteriormente descrita que hoy adjetivo como alternativa, de un sabor que no sea ganja, de una música que no sea esa música, de un aguardiente malparado o del ron que lo corrige y de la nostalgia que se le nota carga por encima. Las Femmes fatales decían que antes de morir todo el mundo merece algo bueno y por ser féminas muy probablemente eso bueno era un beso. Esa fue mi excusa para hacer lo que me diera la gana ese día, aunque nadie fuera a morir y de delirios de Femme fatal nadie pudiese dar créditos de nada. Pasé las piernas, el limón, el piso húmedo, las sillas entrelazadas y casi la copa de hielos. No había nadie, ya se había ido.

Comentarios

  1. Señorita, aquí se te lee y da nostalgia. Sigue escribiendo por favor ¡Linda!

    ResponderEliminar
  2. Nstalia: ojalá nos narraran las noches de rumba de esta manera en algunos medios locales. Un espacio, un personaje, un sentimiento, una intención...una locura. ¡Bien por no caer en formalismos!!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

sin peligro de asesinato

Entradas populares